domingo, 21 de febrero de 2010

2011: triste oportunidad para la ortodoxia liberal


La carrera presidencial para el 2011 no termina de empezar porque en verdad la anterior nunca finiquitó. Los motores siguieron encendidos, los reflejos alertas. Todo el arco político sin excepción comenzó a trabajar para las próximas presidenciales mucho antes del 29-J, aunque de esos resultados – y de las decisiones en términos de acuerdos y diferenciaciones – surgieron las primeras fotos nítidas del armado para la pole position del 2011. Los reacomodes y decantes de este largo semestre brindan mayores herramientas cualitativas para enmarcar los números, que siempre son un poco fríos y tímidos a la hora de dar explicaciones.
Por fortuna hay muchos y muy buenos análisis sobre los presidenciables, y de posibles alianzas, e inclusive seguimiento en tiempo real (más rayano en lo periodístico que en lo analítico en ocasiones, pero por supuesto muy valioso también) de roscas, arreglos y rupturas en torno a agrupamiento de fuerzas y facciones de fuerzas y facciones de facciones de fuerzas. Muy completo en este sentido.
Pero este aspecto de la maquinaria electoral-partidaria que ya está en marcha a menudo opaca otra arista, el proceso “civil-ciudadano” cuyo derrotero culminará cuando la sociedad emita su voto. Me refiero particularmente a ese sistema de representaciones que corre por las venas del cuerpo social, siempre tan complejo de aprehender. Los amigos politólogos cuentan con varios esquemas-marco para ordenar un poco la relación entre la “oferta” por parte del sistema político y la “demanda” por parte del electorado, que dan oportunidad de jugar a hacer hipótesis sobre posibles escenarios electorales. Y también están los ad-hoc para esas teorías clásicas a las cuales, como no puede ser de otra manera, la realidad siempre se les escapa un poco, a nivel doméstico, por el fuerte sesgo personalista cuyas luminarias apuntan al rostro de un puñado de presidenciables, que es lo único que está en foco, a medida que los partidos políticos en sentido tradicional pierden potencia. Y claro, y tal vez hoy lo más importante, también están las encuestas, que gambetean a eruditos y andamiajes teóricos.
Igualmente sería manifiestamente incorrecto decir que el derrotero de los partidos de acá al 2011, internas incluidas a partir de la nueva ley, resultará indiferente sobre las preferencias del electorado. La “demanda” también se construye a partir de la “oferta”. Pero sí hay una matriz cuya elasticidad existe, aunque es limitada, que es permeable, pero con reservas. Y esa matriz ya está, y no es algo oculto. Está inscripta en el cuerpo social, a la vista de quien quiera mirar. La joda es poder leerla acertadamente. Personalmente, creo que desde el “progresismo” hay una primer pregunta que hay que hacerle a esa matriz, mientras miramos de reojo las desventuras de los presidenciables: ¿qué tal mide que el próximo gobierno sea “de derecha”?
Este es un tema que da para mucho, y mucho es también el más puro discurso visceral sin sustento. Como antecedentes no necesariamente extrapolables pero sí fácticos y próximos en el tiempo, venimos de dos reñidas elecciones cruzando el río o la cordillera. En ambos casos, ballotage mediante, dos mitades quedan enfrentadas y se define punto a punto. Creo que salvando diferencias podemos coincidir con ese planteo conceptual que supone la existencia de un puñado de variables más o menos comunes a los gobiernos del subcontinente que permitieron hablar de “nueva izquierda”, con grandes, muy grandes diferencias entre algunos procesos y otros. Y podemos incluir al gobierno argentino del período 2003 a la actualidad en esa categoría. Pero entonces, retomando, ¿podrá la ortodoxia recuperar el sillón de Rivadavia a partir del 2012? ¿La ortodoxia como mínimo le va a contar las costillas una por una a la opción más proclive al “continuismo” si es que esta última resulta victoriosa en alguna de sus formas?
Creo que el discurso de derecha no tiene hoy prurito, y es mejor que así sea. Tal vez una de las excepciones sea su negativa a asumirse bajo ese rótulo. Es decir, no veo que vaya a servirse en bandeja de centro para la política y de derecha económicamente. Creo que va a ser “sincera” en ese sentido, lo cual claro no deja de implicar que se limarán sus aristas más urticantes y se presentará con su perfil más seductor. Pero bueno, no hay fuerza política que actúe de distinta forma. Pero retomando el hilo nuevamente: ¿están dadas las condiciones para un final ajustado que tenga en uno de las esquinas del cuadrilátero un exponente de la ortodoxia que no niega sus postulados básicos? Me parece una pregunta cuya respuesta nos va a permitir ir limitando el espectro para una segunda etapa de interrogantes de sintonía más fina. Creo que la derecha tiene chances. Creo que sí porque:
- El progresismo está en buena parte representado por el gobierno, y el gobierno tiene serios problemas de aceptación en amplias mayorías de las capas urbanas.
- Paralelamente, no existe en estos sectores un sistema de representación (como podría ser el clásico esquema izquierda – derecha) que permita augurar un techo bajo para una propuesta de corte ortodoxo.
- Otro de los sectores con mayor peso en términos cuantitativos, los “populares” de la periferia de los centros urbanos, se ha demostrado permeable a propuestas políticas alejadas de sus preferencias tradicionales en términos de apoyo partidario.
- También en paralelo, no se registra en estos sectores menos favorecidos un sistema de representación colectivo que bloquee la posibilidad de escoger una opción manifiestamente dislocada respecto a su representación ideal en términos teóricos.
La lista con argumentaciones a favor de un final reñido podrían seguir. No me resulta fácil encontrar tesis contrarias que me convenzan. Ojalá que no sea porque no las hay. Quizás en verdad el principal obstáculo de la ortodoxia no sea otro que su propia impericia en los niveles más altos.